“Es verdad que del ritmo de huellas y contrahuellas de una escalera nace del ritmo de nuestros pasos y no de una ley interna, autorreferente, meramente formal; el sentido de su forma está fuera de ella. Sin embargo, una escalera es también la proposición de un ritmo.” Con un encargo demandante en términos numéricos, condiciones normativas rigurosas y recursos limitados, parecía que nuestra capacidad de proyectar quedaba postergada bajo un contexto que poco sabe de imaginarios y habitantes. Bajo la sombra de los hechos y prácticamente en el espacio negativo que resultaba de los requisitos del proyecto habitacional, es que nos aventuramos a abordar el espacio colectivo. El punto de encuentro entre todos los vecinos. Lo primero fue establecer un gesto. Sencillo como suena. Una directriz, una columna vertebral, que se distribuye a lo largo del espacio disponible. Sin tonos medios ni reservas: pretende ser el eje que estructure el espacio colectivo.

En su configuración, juegan la solidez y la liviandad, una coexistencia contrastante, que se hace eco en diversos aspectos del proyecto. La estructura, libre de cerramientos y límites visuales, permite la distinción de la totalidad del espacio en todo momento. Es un tejido que se posiciona sobre el terreno, generando subáreas programáticas en el espacio. Se proponen usos cotidianos, pensados en los distintos habitantes de esta comunidad: niños que pasan sus veranos jugando con los amigos, deportistas, una reunión de vecinos, abuelos que toman sol, familias que comparten un asado, amigos que conversan junto a sus mascotas, papas que juegan con sus hijos pequeños, entre otros. Este será su parque, su primera unidad colectiva, un espacio social elemental entre sus hogares y la ciudad. Un espacio para conocerse, crear y organizar a la comunidad. No es un hecho espontáneo. Es una propuesta.